martes, 20 de enero de 2009

ALGUNOS TEXTOS DEDICADOS A CUBA.

Todos estos textos, excepto, Alfa y Omega escrito en 1987, corresponden al libro La Noria del Exilio. Es la reflexión de un poeta que desea la paz, la felicidad y la libertad de su patria, sin iras, sin miedos, sin odios, sin violencia.
ALFA Y OMEGA.

“El hombre no estaba destinado a pertenecer,
Como el animal doméstico a un rebaño,
Sino como las abejas a una colmena”
I.KANT.

Las nubes se enredan en mi frente
Como pedazos de papel mojados.
Reverencian los pares,
Los conjuntos
Y yo me lanzo a caminar cargado de preguntas.

Cruzo el túnel.
Me ubico al centro de La Quinta Avenida
Y observo como pasan veloces junto a mí,
Los autos cargados de turistas.
Veo los supermercados como se llenan de ánimas.
Veo los comercios, que no son supermercados,
Abarrotados de tristeza;
Sin nada por dentro ni por fuera.
Siento dolor por el destino de las cosas
Y la asonada de los números:
Los autos que ruedan junto a mí,
Rumbo al supermercado
II
Yo soy un hombre solitario.
Desafié a los mercenarios y me quedé sin nada.
Me rebelé contra los dólares
Y los objetos de consumo.
Me volví intolerante con los que iban del país.
En contra, de mis costumbres y hábitos,
Buenamente me hice comunista:
Borré a Dios,
A los santos,
A los ángeles todos,
Menos a la mujer que tanto amo.
Inquirí y requerí,
Boyante como estaba,
Atacaba a todos los demonios.
Sólo eran posibles mis doctrinas.
Mi odio contra el dólar y los capitalistas.
Mi enfermedad, de pueblos e igualdad.

¿Quién me lo iba a decir,
Hermano de la Cruz,
Padre el hombre?
III
Voy despacito.
A lo largo de La Quinta Avenida.
La arteria citadina de los turistas y diplomáticos.
Por donde van volando
Los últimos autos llegados al país;
Los donados y abonados,
Que salen a pescar las “jineteras”.
Las del big bang,
Que tienen un puesto en el Estado.

Limpio mi frente sudorosa.
Me abro la camisa,
Con discreción,
Casi con pena.
Porque voy por el centro de La Quinta Avenida,
Mirando de un lado para otro
El ir y venir de los autos modernos
Y a los turistas extranjeros.
Voy tragándome el mundo,
Odiándome a mí mismo
Y hasta quisiera desprender el cielo.
IV
He perdido los mapas que traía en el bolsillo.
No sé hacia donde voy
Ni en qué país me encuentro.
Perdí mis credos y doctrinas,
Mis presupuestos filosóficos.

¿Yo también tendré que amar al dólar?
¿Me convertiré en un objeto de consumo
O en un consumidor de baratijas?
¿Dónde irán mi carné y mis “principios”?
La intolerancia contra los que se fueron del país.
Mi odio contra el dólar y los capitalistas.
Mi enfermedad, de pueblos e igualdad.
¡OH, Dios!
¡OH, Cristo mío!
Apóstoles y santos.
Pues todavía no sé,
¡Cómo sobrevivimos a la hecatombe..!
V
Voy lerdo,
A paso lento.
No tengo preguntas ni respuestas.
No pienso ni quiero negociar con mis principios.
Tolerar tiene un límite y un fin,
Que no acaban en mí,
También es cierto:
Me enseñaron que el mundo estaba dividido.
Que el Norte es un fantasma.
Que él y el capital son enemigos de los hombres.
A mí me excomulgaron,
Me sindicalizaron.
Me llenaron de gritos y consignas.
Y ahora,
¿A quién voy a pedirle una limosna?
¿Debo aprender inglés,
Para tutearme amablemente con los Yankees?
¿Debo hablar una jerga incomprensible para mí,
Como cuando quisieron que aprendiera ruso?
¿Debo mentir y desmentir como un payaso?

Yo no voy a perder mi identidad,
Compañero “ministro”
“Presidente”.
Si no quepo en este rinconcito
Me uniré a otras visiones;
Las que yo entienda mías.
No iré al supermercado,
Ni a las corporaciones de magnates
Llegados de otros rumbos.

Yo pido solamente que me dejen en paz.
Mi interés es el hombre únicamente.
No hago diferencias,
Porque tengan o no dónde sentarse.
¡Todos los hombres de la tierra,
Todos son mis hermanos!
VI
Conozco las filosofías,
Las religiones,
Los credos, vicios y costumbres
Que necesita el hombre para alcanzar su paz.
Nada es bueno ni malo,
Mentira ni verdad.
El absoluto es tan irreal
Y tan indefinido que no existe.

¿Quién nos iba a decir,
Que los sueños nos hicieran tanto daño?
¿Quién me iba a decir que el dólar es mi luz?
¿Cómo es posible,
Que yo siga viajando
Por el centro de La Quinta Avenida,
Cansado,
Sudoroso,
Asfixiado por el sol del trópico
Y las prostitutas, y “prostitutos”,
Que están de un lado y otro de la acera,
Piensen que soy turista
Y me hablen fonéticamente revesado
Para pedirme dólares, cigarrillos;
O simplemente para hablar conmigo?

¿En qué país estoy, mensajero del alba?
¿Estoy vivo, o he muerto?
¿Mis dioses tutelares me querrán recibir
Si voy al reino que ellos me ofrecieron?
¿Qué hago con mis doctrinas?
¿Las cambio por Marlboro,
Por chicles o gaseosa,
O me rindo también a la evidencia?

No es que sea un hombre puro,
Pero lavaron demasiado mi cerebro.

Yo dictaminaré, en comunión con todos.
Alfa y Omega.
Mi corazón, debe seguir latiendo.


UNA HISTORIA QUE PUDO SER FELIZ.

Todos estaban muy felices. Eran días felices.
La gente se abrazaba y reía y cantaba.
Yo también festejaba la alegría de los otros
Y era feliz, por ellos;
Aunque no comprendía ni entendía,
Que estaba sucediendo en torno a mí.

Parecía que la fiesta jamás tendría final.
Las gentes entraban y salían de sus casas,
Iban de guayaberas,
Algunos con, y otros sin sombreros.
Pareciera que todos eran hermanos;
Que la ciudad era una sola casa,
Que celebraba los esponsales de alguien.

Yo aún no había nacido,
Pero pienso que todo fue muy bello,
Porque se celebraba, según se había pensado,
El día de la libertad.
El día primero, del primer mes del año,
De mil novecientos cincuenta y nueve.

Los muertos quedaron en los campos de batallas.
El odio y las desidias andaban todavía por los caminos.
Todos querían cerrar viejas heridas, pero no ocurrió así,
Porque no hubo perdón de un lado ni de otro.
Si el hombre, no olvida, ni perdona,
La historia se puede repetir inevitablemente.

La tierra estaba enferma, con tantos cadáveres sobre ella.
La tierra, fue pasando de una mano a otra,
De un propietario a otro.
Las fábricas, las casas, los bancos, el ganado, los sueños;
Todo iba pasando de una mano a otra,
Con la anuencia de los nuevos poderes,
Que eran, quienes más cogían y confiscaban.

Es justo que cada cual tenga lo suyo y, que la tierra,
Sobre todo la tierra, sea del que la trabaja.
Pero el Estado no puede convertirse
En propietario de la vida de nadie,
Ni decidir por nadie, si éste no le autoriza.

El sueño poco a poco se iba disolviendo.
El pueblo poco a poco comenzó a despertar;
A darse cuenta, que les habían mentido,
Y que lo utilizaban demagógicamente.
El pueblo se dio cuenta que todo era mentira.
Que un dictador se fue para imponernos otro,
Con sus ganglios inflados, de repetir consignas
Y discursos que nunca terminaban.

Cuba volvía a morir y a padecer.
Los cubanos volvían a separarse,
Por culpa de los comandantes,
Los generales y los doctores.
Le mataron los sueños a la isla;
Los deseos de vivir y la ternura.
La inocencia de tantos y tantos adjetivos.

“La Revolución” fue fusilada
Por los comandantes de la Sierra.
Los que supuestamente eran sus dueños:
Desfalcadores, libertinos, gángsteres.
Y el sátrapa saltando,
Dándonos lecciones de ideología y justicia,
Cuando él era el peor de la manada.

Todo pasó al Estado, hasta los sueños.
Soñar en singular era pecado;
Alta traición, si lo hacías en plural y con mayúscula.

Muertos, muertes, cárcel, destierro, fusilados;
Hasta llenar las nóminas del odio.
Hasta hacer de los sueños pesadillas.
Y todos dejamos de dormir
Y comenzamos a padecer insomnios;
A morirnos de veras.
A morirnos de hambre.

Íbamos como locos, con la libreta de racionamiento:
Nos racionalizaron, el pan, el agua;
La forma de mirar y comprender,
El aliento, también el apetito, el vocabulario,
Y como es natural, intentaron quitarnos la palabra.
Podías usarla, para endiosar al comandante,
Para denunciar a tus vecinos, a tus padres y hermanos,
Porque el imperialismo puede estar debajo de tu almohada
Y allí, donde se encuentre, hay que hacerle la guerra.

A todos nos mataron un poquito.
De una manera u otra, nos mataron:
La consigna era, patria o muerte.
Pero a la patria también nos la mataron
Y nos dejaron con la boca abierta;
Con los deseos contenidos,
Con la consigna,
Clavada como un dardo en la garganta.
Y nos dejaron huérfanos,
Corriendo de un lado para el otro,
Saltando la malla del exilio,
Dilapido amor, paz y justicia.
Pero la humanidad no quiso pronunciarse.
Nos abandonaron los políticos,
Los amigos de adentro y de afuera,
Las instituciones,
Nos llamaron inmigrantes económicos,
Se negaban a reconocer nuestros derechos.
No querían escuchar nuestras demandas,
Cuando empezamos a entrar por las fronteras.
La satrapía gozaba, al conocer nuestros sufrimientos.
Nos llamaban escorias, apestados, apátridas, gusanos,
Hasta llenar un plano escatológico.
Hasta que un día, la satrapía empezó a disfrutar
Con nuestros dólares, y nos fuimos convirtiendo,
Sin querer, en la mejor empresa del Estado.
Los “bichos” de la diáspora,
Mandaban sus remesas familiares.
Y la prostitución, que ya era enorme,
Se hizo más grande todavía.

Los intelectuales de la isla no tenían qué decir;
Pero decían, que aquello era el paraíso.
Que dios había bajado en forma de caballo,
Con un acompañante que era mula
Y un montón de sicarios y serpientes,
Formaban la yeguada.
El zoo tenía de todo:
Perras enfermas, lagartijas, guacaicas
Y en el Ministerio de Cultura, una pájara pinta.
Eso decía algún intelectual arrepentido,
Que comió algunas veces, en la sartén de las heteras.

Aquella historia pudo ser muy feliz,
Si las cosas se hubieran realizado,
Como el pueblo pensaba.
Otra vez nos mataron,
Y rompieron la isla como a un coco.


LOS QUE NO FUERON Y AHORA SON.

Me hice disidente,
Cuando esta palabra no existía en mi país.
Al que estaba en contra del sistema,
Le llamaban escoria, apátrida o gusano.

Me echaron a la cárcel con un montón de ellos,
De los cuales, ninguno, era disidente.
Muchos, los que estaban allí,
Fueron representantes del gobierno.
Miembros todos, del llamado Partido Comunista.

Habían prevaricado, desfalcado los fondos del Estado.
Habían arruinado aquel país,
Y ahora eran reos de sus ruinas.

Yo tenía mi culpa
Y por ella había sido condenado:
Acusé al presidente y a todos sus acólitos
De hundir a la nación en la miseria,
De encarcelar a hombres indefensos,
Por exigir justicia y libertad.
Me querían fusilar,
Tan solo por decir estas palabras.

Sentí pena del mundo y de los hombres,
Por no darles respuesta a mis demandas.
Sentí la muerte rondando mi cabeza,
El día que leyeron mi sentencia.

Estaba solo,
Nadie se pronunció a mi favor;
Porque ser disidente en mi país,
Es un crimen de lesa humanidad
Y salvo algunos casos,
Nos dejaron con vida,
Sabrás Dios,
Con qué intensión lo hicieron.

Unos años después, de mi condena,
Me echaron al exilio;
No era yo quien venía; sino mi sombra.

Cuando llegué al país que me asignaron,
Mi amigo, Enrique Trueba,
Un hombre cabal y solidario,
Me acogió como a un hijo y me mostró el camino,
Por el que él, como yo, iba de paso.

Aquí también, entre los míos,
Me encontraba muy solo.
Era gente de alcurnia:
Banqueros, empresarios,
Dueños de restaurantes,
O simplemente resentidos
De la dictadura,
Que algunos de ellos llevaron al poder,
El primero de enero de mil novecientos cincuenta y nueve.
A estos señores,
También les llamaban escorias, apátridas, gusanos;
Ahora, en la distancia, querían comerse el mundo.

Los carabineros de Castro, el dictador,
Que entonces había muchos en Madrid y en toda España,
No sé por qué razón, alguna vez,
Quisieron secuestrarme.
Quizás, sabían que yo, conocía muchas cosas,
Que aunque ya no eran secretos para nadie,
En mi boca,
Podían causarles daño.

Yo nunca fui chivato, ni lo seré jamás.
Siempre perdono, aunque jamás olvido.
Tengo una gran memoria,
Eso se sabe,
Pero en asuntos como estos,
A veces prefiero hacer silencio.

Como la espuma, que el sol golpea sobre la arena,
Yo desaparecí del hemiciclo.
Vi, como otros, armaban sus cotarros:
Se autoproclaman disidentes
Y acusaban, a los que de verdad dieron la cara,
Al no ir por Madrid, cargados de pancartas,
Junto al Partido Popular
Y los americanos de George Bush.

Los malos pecadores buscan aguas revueltas.
Los verdaderos, pescamos con las manos,
Para que el pez se entere,
De una vez y por todas,
Que no tenemos miedo.


LOS DÍAS DE MI EXILIO.

Quería volver a casa a finales de año.
Me fui hasta el consulado,
En busca del Cónsul General.
Cuando llegué a la puerta, le di mis credenciales
Y el hombre de la puerta me miró desconfiado.
Hurgó entre sus papeles y, sin alzar la vista,
Me devolvió mi documento de Asilado Político
Y me dijo entre dientes:
-“Váyase, por favor, no me busque problemas”.

Yo le miré sereno, fijamente a los ojos.
Él bajó la cabeza, llamó al siguiente de la fila.
Me quedé silencioso,
Con ganas de pegarle tres tortazas;
En ese mismo instante, anunciaba la radio,
El final de la guerra en los Balcanes.

Volví a la calle, con deseos de hacerme terrorista,
De convertirme yo también en dictador;
De incinerar todo lo que encontrara por delante…

Me dirigí hacia un parque,
Me senté debajo de unos árboles,
Leí la última carta de mi madre,
En la me contaba su delicado estado de salud
Y la situación en la que se encontraba mi país.

Lloré,
Porque la impotencia a veces se hace lágrimas,
Añoranza o metralla,
De acuerdo en la mente donde esté.

El tiempo ha ido volando,
Mis lágrimas creciendo,
Mi añoranza engordando como un toro cebú;
Imaginando, a veces, que algún día en mi país,
“Se abrirán las grandes alamedas”.


LAS HIJAS DE MI ISLA.
Para mi amiga la Dr. Valia Benítez. Bayamesa, como yo.

A ti te duele el aire;
El asma de los aires y los abrevaderos.
Mi isla sueña y duerme en mi costado.
Gravita entre las nubes
Su cintura caliente de pomarrosa y mango,
De monte y huracán.
Tambores y maracas.

Sueña, duele y se duele,
Y le muerden el pubis,
Borrachos de marismas y aguardiente.
Y giran las giraldas,
Que el europeo llama jineteras.
Y giran en el viento tornasol,
Como los remolinos
Y las hojas que caen sobre la tierra.

A ti y a mí nos duele el corazón.
Nos glamurea la sangre,
De los fetiches, y las imprecaciones.
Nos goznea el paladar al reclamar justicia,
Al pingonear deseos y más deseos,
Por ver la luz sobre los cafetales.
Por ver mis palmas libres de codicia.
Por sentar a mi isla junto a la libertad,
Para que mis hermanas,
No sigan siendo ofertas de turistas;
De nimbados caínes de las carnes,
Hurones europeos y canadienses,
Que ignoran el elixir de una hembra,
Nacida del amor y de los sueños,
Como los arco iris de mi isla.

Te llaman “jinetera”.
Qué maltrecha palabra esa con que te nombran.
Que hideputa han ido a grabar tu dolor,
Con dólares, vituallas, bisuterías y cosméticos.

Nada sabe del hombre quien no lo es.

Y de mujer, que a veces casi niñas,
Colgando en el regazo de la madre
El extranjero impúdico y cobarde,
Quiere hacer mercaderías de sexo,
Que en su país no encuentra.
Y muy cristianos ellos,
Viajan hasta la isla comunista,
A saciar sus instintos pederastas.

¡Ay, la vida, y las instituciones!
La civilización y los civilizados
Y este mundo global, globalizado,
Por las finanzas de las transnacionales.

Mientras tanto, mi isla sigue ardiendo
En las turgentes aguas del Caribe.
Bajo la luz del Trópico y la sombra agorera
De un gobierno de sátrapas, empresarios,
Turistas desalmados, que mercadean
Con la miseria de mis hermanas huérfanas;
Que vuelan, como ánimas, sobre el Golfo de México,
En el tortuoso camino hacia Miami,
O hacia cualquier lugar,
Donde no sean objetos de deseos.

Nos duele lo que a otros satisface.
Pero si el hombre nace de mujer.
¿Cómo es posible que llame “jinetera”,
A quien le da la luz,
O a quien le ofrece el mundo
Sobre un nido de sábanas y almohadas?
Yo no les llamo hombre a los rufianes.

Porque lo único,
Que hace distinto al hombre de otros animales;
Es el amor sin término y sin tiempo,
A esas mujeres que nos traen al mundo.

Pero hace falta luz;
Mucha luz en la tierra.
Y un enorme arco iris sideral,
Sobre mi isla de maracas y cañas,
Que reivindique en olas de algodón,
A mis hermanas, de ojos septentrionales,
Para que el pueblo dance,
Sin que entren al ruedo,
Los turistas misóginos.


LA NORIA DEL EXILIO.
“Dame una patria,
Que me haga olvidar todas las patrias”.
NIZAR KABBANI

Yo estoy aquí, pero allá están mis huellas.
Dicen que todavía se oyen mis palabras,
En las aulas de la Universidad
Y en todos los rincones de la isla,
Por donde iba diciendo mis poemas.

También se oyen las voces de mis persecutores,
Los interrogadores,
Los policías y los “cederistas”,
Que iban tras de mí,
Porque decía versos incendiarios.

Yo solamente hablaba del amor y la paz,
De la ilusión de un sueño,
Bajo la luz de un mundo compartido.
Por eso me echaron a la cárcel y más tarde al exilio,
Con un pasaporte de ida sin regreso.
Mis huellas no me duelen.
Me duelo de mis huellas,
Bajo el tronco de un árbol federado,
Tapiado y solitario,
En las oscuras mazmorras del silencio.

El exilio me enseñó nuevas palabras:
Soledad, desarraigo,
Nostalgia, hambre, tristeza.
Ensombreció mi fe y mi esperanza
Y me hizo desconfiado;
Yo que siempre esperaba
Ver brotar de la tierra,
Lo mejor de la vida y de los hombres.

Aquel amargo día,
Vi llorar a mis padres y a mis hijos,
A mis hermanos y todo el vecindario,
Que me decían adiós, ocultamente,
Para que nadie los imputara de traidores.

Yo callaba y miraba,
Entre las bambalinas del silencio.
Tenía prohibido alzar la mano,
Articular palabras,
Hacer un gesto para despedirme,
Sabedor que quizás, jamás volvía.

Qué larga y misteriosa la noche de mi exilio.
Aún duerme en mí constado,
Para que no me olvide,
Que la ausencia gobierna mi existencia.
Y que vivo en un país prestado,
En el que a casi nadie,
Le importa para nada mis problemas.

Llevo una malla enorme en la garganta.
Y un pétalo clavado,
En las cornisas de mi corazón.
Aquí, en estas calles,
No soy más que un extraño.
Y de nada me sirven mis años de academias,
Mis doctorados y mi filosofía.

Quiero decir mis cantos,
Mis poemas de fiestas,
Mis loas al progreso y a la paz.
Pero por todos partes se abren las anillas,
Las amenazas de los gobernadores,
El humo de la muerte y los clavos del viento,
Que siguen persiguiéndome en la ausencia.

Pesa mucho esta carga,
Esta terrible noria del exilio,
Este gancho de hierro incandescente,
Que te surca la piel y no te deja,
Que contemples las aguas.

Vengo de lejos.
Yo vengo de muy lejos,
De un poco más allá de lo remoto.

Allá en mi casa,
Al lado de la mesa mi silla está vacía.
Mi cama está vacía,
Un profundo silencio,
Recorre los pasillos,
Por donde transitaba, los fines de semana,
Junto a mis padres, que deseaban saber,
Por donde iban mis sueños de poeta.

Aquí, desde mi exilio,
Quizás, alguna vez descubra,
Las luces fulgurantes de la aurora.


LA ISLA AMORTAJADA (II)

Seriadas con voces ancestrales;
La brea que arde en los campos de la isla.
La isla asesinada,
Polinizada en la estación del puerto.

Ella, mujer de espuma,
Cielo de aguas,
Con el azul y el verde en la cintura,
Forestada por dentro por las sombras,
A punto de nacer en otra isla.

La noche en cintas le brota de los pechos,
Se tercia sobre el mar,
Trenza las nubes,
Va y viene entre los mangles,
Delineando el paisaje de la costa.

Todas las soledades le conocen.
Ella, hembra de sal,
Viste de palmas
Y se desnuda a contraluz,
Como la luz de un faro que muerde el horizonte.

Allí,
Sobre el Caribe mar, le nació al mundo,
Luego la laminaron,
La sesgaron,
Le mordieron el pubis y la lengua;
La incendiaron y la domesticaron,
Los dioses de la curia y de la gleba.
La isla no murió, ni sintió miedo,
Porque el sol es su rey y su gobierno.

Del corazón al viento, sus mareas,
Pródigas en venturas,
No hechas al azar,
No hechas ni vedada sin amparo,
Siempre vivió de sí,
Contra los vientos.

Aguas canijas le palpan la cintura.
Aguas preñadas de fuertes huracanes,
Sudan,
Suman,
Les restan geografías
Sobre un cardume de hojas amarillas.
Hojas de otoño, que se traga el invierno,
Cuando el verano le moja las espaldas.

Al Norte no.
Al Sur sus pies le crecen.
Se plisa en ella el ancho resplandor de las corrientes
Y los sargazos, que ahora enrumban otros sueños,
Asumen el vaivén de los insectos.

Al Norte no,
Al Sur,
Aguas vecinas atizan corazones.
Proas e inciensos;
Abortivas mareas de colores,
Les nacen a los acantilados,
En pergaminos verdes de caletas.

Al Sur el mar.
Al Norte,
Bayonetas y arcabuces;
Sangrantes peñas que auguran pesadillas,
Muertes al entresijo de mi hamaca,
O de mi cama, hecha polvo y cenizas,
Donde parieron mis hambres y mis muertos.

El camino borrado y, los espejos,
Con el índice puesto en las cumbreras.

Isla asolada,
Isla,
Frontispicio lunar,
Piedra de choque,
Encallada, tal vez,
Por mil razones:
Te sabes sol y luz,
Te sabes hembra;
Paraíso causal de las mareas,
Y de los mares, en los que me sumerjo,
Para fondear tu cuerpo junto al mío.


ISLA DORMIDA.

“Un hombre no es nunca pobre del todo
mientras tiene lengua en la boca”
AMIN MAALOUF

Llevo esta carga que no quiero quitarme
Ni dejársela a nadie.
La acomodé en mi hombro para hacerle un lugar,
Antes que los poderes la dejaran desnuda,
En el lago infernal de la codicia.

Mi isla va conmigo a todas partes.
Respira por mis poros y danza entre mis sueños.
Hace de corazón,
Cuando la azotan los vientos de la guerra.

Su resplandor es mío, multiplicado.
Nace del humo incierto de la vida,
O de los manantiales del deseo.
Y brotan, como pájaros,
Los días y las horas que dejamos atrás,
Los instantes sin tiempo, de un perfume inodoro,
O de la espuma,
Que la danza del mar deshoga en las arenas.

Veo como los habanos pasan de boca en boca:
Churchill, Roosevelt, Sadam Hussein,
Don Felipe González,
Y hasta el descafeinado de Rajoy;
Todos, como una gran encíclica de humo.

Y larga Hemingway, su ron de caña.
Jean Paul Sartre,
Su pipa de domingo, a la francesa.
Más adelante, o un poco más atrás,
Bajo el farol del tiempo,
Saltaban las pistolas y las navajas de Al Capone,
La calada inefable de Luciano,
Mientras Lansky,
Lanzaba un strike desde el montículo.

Aguas pasadas, dije.
Y apareció en sueños Capablanca.
Pero un Cadillac negro torció el tiempo,
Y entraron pitorreando por La Quinta Avenida,
Las huestes de Jruschov con sus misiles.
Y el paraíso ardiendo en La Florida,
Cuando Kennedy iba por dinero,
Para que los invasores,
Entraron sin problemas en Girón.

En tanto, yo dormía con mi isla al costado.
No la dejaba irse.
Me acurrucaba debajo de su saya.
Chupaba de sus senos infinitos
El aliento del mar y de la tierra.

La atmósfera sudaba y se dormía,
Se cargaba de polvo el calendario;
Nubes de inciensos iban y venían,
Por los ingenios y los casinos de la isla.

A punto estaba entonces la hermenéutica,
Cuando Yemayá sacó la mano
Y a la Ceiba del patio la rajó una centella.

Misterios, misteriosos misterios siderales,
Cayeron como ráfagas,
Sobre el cañaveral y los cafetos.
II
En mi país, hay un nombre que no nombro.
Un gobernante que jamás gobierna.
Una economía sumergida.
Un partido que manda en solitario.
Un río, cuyos afluentes, se detuvieron en el siglo XX,
Porque no comprendían la falocracia.

La piedra sigue ahí, sembrada en la boca de los muertos.
La gente de mi isla come piedra.
Les inyectan hormonas de lombrices,
Le amputan el cerebro a los que piensan
Y te echan al mar si te rebelas.

Me duele la epidermis; quedo manco.
Quedo mascando en seco mis dolores.
Me anudo en la botella y más tarde me anulo;
Porque la tarde llega en sus alisios
Y la noche pretende los terrales,
Como los elegidos que van en bicicletas.

¿De qué te sirve el pan, si la paz no prospera?
Y yo, más diminuto que un grano de mostaza.
Sin patria, sin sombrero, sin ego ni apetito;
Eso sí, a la espera, como la ONU y la Unión Europea,
Como Estados Unidos y los aventajados de Miami.
La creen de lacra,
La mediana redonda de los cráteres.
La Partagás, la Bacardí, la Súgar Company
Que observan,
Como entran y salen de la bahía los barcos.
Y después,
Después a divertirse a Tropicana.
Y tú,
Y yo,
Niños taimados,
Guardando en la mirada los escrúpulos,
La bandera y el himno de Bayamo.
Allá en el fondo, sí, al fondo de la plaza,
No la plaza gigante del desfile,
Si no esta otra, donde brilla la luz catedralicia,
Y los eunucos vestidos con sotanas.

Isla dormida al sol, crucificada.
Primero por la sed de la conquista:
El látigo y el fuego sanguinario;
Luego el mister ladrón, los generales,
Y los “libertadores marxistas-leninistas”.

De qué me sirven el verbo y la palabra,
Hermanos de mi patria;
Si me tienen prohibido hablar contigo,
Y ni siquiera puedo llamarte, compañero.


BALADA DE AMOR DE UN EXILIADO.

“Un inmigrante nunca llega con las manos vacías”.
ALBERT EINSTEIN

Estoy cansado de caminar a solas,
De mirarme las manos y contemplar el cielo.
Aquí y allá las puertas se te cierran.
Eres como una sombra en un país extraño,
Donde pasas sutil como la brisa.

Llevas un ancho mapa en la mente
Donde están señalados varios puntos:
Aeropuertos, ciudades, amigos de otros tiempos,
Que a lo mejor no están
Y hasta un puerto sin dique donde amarrar la nave.

Llevas acuesta la nada que puedes sacar de tu país.
Un pasaporte, ya sin curso legar.
Un visado caduco para ir a una tierra a la que no llegaste,
Porque al entrar en Schengen la poli te detuvo
Y te aplicaron el artículo 5 del Convenio.

De ahí te deportaron a una tierra de nadie,
En la que nadie quiere saber de ti
Y donde no puedes decir una palabra
Porque ignoras el idioma que se habla.

Como yo, hay en el mundo millones de argonautas,
Hombres que los estados han ido despojando de derechos,
Por no oír sus falacias,
Y sus filosofías incumplidas.

Nos exportan y luego nos deportan.
Nos fríen en la sartén de los poderes,
O nos hacen carbón y, si no huyes,
Te convierten en lápiz de grafito,
Y poco a poco te van sacando puntas.
Y poco a poco te van haciendo yescas.
Y poco a poco, si no apuras un poco,
Una fosa común, pasa a convertirse en tu morada.

Así pierdes las calles;
Las sandalias que llevas en tus pies.
El sombrero que cubre tu cabeza.
El corazón que aún sigue pulsando,
En busca de la meta que soñaste,
Unos días después del nacimiento.

Ya el cielo no es igual, ni los caminos.
Desde los calabozos no se ven las estrellas.
Los agentes van y vienen armados,
Por los caminos con los que ayer soñabas.
Y sólo hay sombras, y sombras y más sombras¼
Menos en tus deseos, que siguen imaginándose la luz.

¡Todo cambia, caramba, todo cambia!
El mar es un volcán frente a tus ojos.
La dicha y la desdicha son gemelas.
Y el brillo de los astros, una gran golondrina
Con las alas torcidas por el viento.

Todo ha cambiado, incluso hasta tus sueños.
Tú creías en los hombres, en los astros y el verbo,
En la naciente luz de la mirada,
En el fuego del alma y en las rosas.

Creías en la sonrisa y en el beso,
Hasta que un día te encontraste solo.
Luego te fuiste zafando las amarras.
Saliste huyendo del huerto y de la gente,
Por temor a los clavos y al martillo.
Supiste que el martillo y el martirio eran un mismo objeto,
Con los que el poder arma sus farsas.

Oh, sí, los clavos.
Ahí los tienes por miles y como complementos:
Cárceles, calaveras, hambre, destierro.
Y un poco más allá,
Una mochila llena de infortunios.
Una bolsa de sal, una orden de arresto o expulsión
Y mil carabineros tras de ti,
Por si acaso intentas camuflarte.

Bonito mundo el mío;
Yo que vine al exilio buscando la esperanza.
Imaginando sueños de otros tiempos,
Cuando otros venían a mi país
Y se hacían millonarios,
Y luego se quedaban con la tierra;
Las arcas de la tierra y el sudor de los hombres.
Yo pensaba que éstos me darían la mano,
Cuando el recuerdo les removiera el alma.

Pero el que sube, se olvida del de abajo.
Y si puede lo quema para que no importune.

Por eso miro el agua,
Las aguas de los ríos que mitigan mi sed,
No la de los océanos,
Por donde van mis sueños, apenas sin memorias,
Fundidos, en estas hambres que me impone el exilio,
Frente a la turbamulta que aplaude mi partida.


15 AÑOS DESPUÉS, CRUZO SOBRE MI ISLA.

A todos los que como yo, viven en el exilio.

Yo, el inesperado, y hasta pensé que un día,
Podía pasar de largo sin mirar hacia atrás;
Sin sentir como duelen las llagas del destierro,
Sin tenerme por muerto e insensible,
Al ver mi isla dormida en el ocaso.

A novecientos metros sobre ella,
Una tormenta eléctrica le dibujaba el rostro;
Intentaba animarle para que no muriera,
Arrinconada entre los farallones de la costa.

Y el animal metálico en el que iba sentado,
Rebotaba en el aire, mientras mi corazón
Y mi cerebro, se llenaban de vientos y huracanes.

Yo sé lo que es que morir de amor,
A novecientos metros de altitud.
Tenerla a ella, ahí, bajo tus pies,
Dormida en el silencio de la noche,
Mientras me desvelaba,
Al verla y saberla prisionera,
De los imperativos del destino.

Y fui pasando de Orienta hacia Occidente,
Por la región del sur,
Donde ladran y muerden los terrales,
Y los alisios te llevan y te traen,
Sobre el temible Paso de los vientos.

Nada me parecía, después de quince años
Atado a las cadenas del exilio.
No tenía palabras para ella,
Y mucho menos, a la altura que iba,
Con un cordón atado en la garganta
Y la mirada escasa, insondable y furtiva,
Sin saber si volver o si quedarme.

Era tarde en la noche
Y esa misma tardanza se hacia olvido.
Después me fui quedando en el deseo,
Envuelto en el silencio y la distancia,
Sin poder pronunciar ni una palabra.


Ogsmande Lescayllers.

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