domingo, 18 de enero de 2009

MARTÍ Y DARÍO, LOS INICIADORES.


MARTÍ Y DARÍO, LOS INCIADORES.
Hay una frase de José Martí, que si los “críticos” y “entendidos” supieran aplicarse, se ahorrarían, las miles y una discusiones, que a ratos se forman, entorno a la huella que ha dejado el hombre sobre la tierra a lo largo de su existencia.

La frase en cuestión es esta: “La hora de acción, no momento de aprender, es preciso haber aprendido antes”. Pero, aprender, así a secas, pedagógicamente hablando, es una expresión que da para mucho, y sabemos, que el hombre por naturaleza es moroso. Pocos son los que se aventuran en profundizar e ir a la raíz de las cosas. Por otro lado, entre más oscuridad haya en el horizonte, mayor provecho para los miopes que se ufanan en ver pasar la luz de una luciérnaga sobre la empalizada, sin darse cuenta que el cielo todo, está lleno de millones de estrellas.

Ensalzarse hoy, en una discusión sobre el origen y paternidad del Modernismo Latinoamericano, me parece algo tan simplón y sin sentido, que sólo puede animar a aquellos que, en su ignorancia, sólo se empeñan en negar y descalificar, por el simple hecho de que en el fondo, ellos mismos son la expresión de esas negaciones y descalificaciones.

Parnasianos, románticos, naturalistas y hasta un que otro simbolistas, del siglo XIX, bien pudiera entrar en el escalafón de aquella contienda de hombres, animados por el amor a las bellas letras, las artes y la justicia, que quisieron sacudirse el lastre de los viejos tiempos y comenzaron a andar, con pasos y sentido particulares, para legarnos un arte, o una expresión de futuro, que llevaran sus improntas o que fuera capaz de despertarnos, para que descubriéramos, por experiencia propia, lo que nos echaba encima las férulas coloniales y las imposiciones cortesanas, que desde la lejanía, imponían modos y modas en una y otra orilla. Más tarde, en el 27, Ortega reelaboraría la médula de aquellas aspiraciones, en su definición del “Hombre y su circunstancias”. Esa idea que ya venía sonando desde lejos, ahora tomó cuerpo y formó escuela, bajo cuyo cobijo, crecieron otros árboles, hasta formar un gigantesco monte.

En la naturaleza nada es ajeno ni gratuito. Las cosas están ahí, nos gusten o no. Pero antes, y a veces hoy, subsiste esa aberración de que el hombre del sur, carece de imaginación y por ende, es incapaz de crear. Y no nos percatamos que gracias al Sur, también existe el Norte.

La cultura, que no es más que la huella que el hombre, en comunión con la naturaleza va dejando sobre la tierra, siempre tiene los colores y sabores del lugar donde es creada y en ella están, perennemente, el espíritu y las señas de identidad de sus creadores.

Cualquier cosa, en el universo, para que nazca, primero necesita un tiempo o período de gestación. Otros han pasado ya por el camino, donde los que vienen de atrás, van recogiendo y perfeccionando, para su tiempo, los valores hallados en el trayecto.

“Cada estado social trae su expresión a la literatura, de tal modo que, por las diversas fases de ella, pudiera contarse la historia de los pueblos con más verdad que por sus cronicones y sus décadas”. Estas palabras fueron dichas por un hombre que sabía lo que quería y, expresadas en aquella época, ¿qué son sino, el fermento o la semilla a punto de caer en tierra, para que germine la nueva escuela, que ha de enseñar al hombre, cuál es el nuevo derrotero por el que se aspira transitar en lo adelante? Esas palabras en homenaje a Walt Whitman, el gran poeta de Norteamérica, llevan, por otra parte, el mensaje y el credo más profundo e innovador, del más autorizado de todos los modernistas de entonces: José Martí.

Y fue más allá, donde ninguno de sus coetáneos y coterráneos había llegado jamás. Y postuló qué: “La poesía, que congrega o disgrega, que fortifica o angustia, que apuntala o derriba las almas, que da o quita a los hombres la fe y el aliento, es más necesaria a los pueblos que la industria misma, pues ésta les proporciona el modo de subsistir, mientras que aquélla les da el deseo y la fuerza de la vida”.

La prodigiosa mente de José Martí, recogió y atesoró para luego legárnosla, toda la sabiduría de los siglos y los hombres que les precedieron. Vivió y estuvo con ellos. Los estudió a profundidad y fue sacando, como los buenos catadores, lo mejor de cada cosecha, para después devolvérnosla, como testimonio de su paso por la tierra.

Rubén Darío es el poeta genial. José Martí, es el genio poético; que además de poeta y hombre cabal y natural, tenía el conocimiento casi absoluto de las cosas. Entraba donde nadie de su tiempo pudo y veía lo que otros no.

Darío, aunque la tenía, no sentía la urgencia política que agobiaba el espíritu del poeta mártir de Dos Ríos. Por eso pudo llevar y divulgar la nueva escuela poética, en una y otra orilla de los continentes. Adornó, enjoyó, pintó, no con mucha galanura modernista, cierta zona de su poesía. Pero el Modernismo también es eso. Porque no existe, sobre la tierra, obra de hombre, que haya sido perfecta.

Si la expresión de Víctor Hugo, “El arte es azul”, iluminó a Darío, ya Ismael, el héroe de los tiempos bíblicos, había sellado su doctrina apostólica en la mente y en la letra del insigne cubano. A Ismaelillo, (1882), le siguió Azul (1888). De ahí que Martí viera a Darío como a un hijo y este a Martí como a un padre. Pero en las buenas relaciones entre hijo y padre, como fue el caso entre estos dos hombres, siempre uno aprende del otro y, los hallazgos y conocimientos de ambos, son compartidos con agrado. El menor, encuentra en el mayor al padre, al maestro. El mayor encuentra en el menor al hijo, al discípulo.

Ismaelillo, y los que lo han leído si tienen un poquito de luces, lo saben, no es un libro dulzón, “de acento preciosista”. Ni “Martí es peor escritor que político”. Ni escribió algo llamado “Cartas de Nueva York”, sino Escenas de Norteamérica o Crónicas de los Estados Unidos. Ni escribió el Manifiesto de Montecristi, y el Programa y Bases del Partido Revolucionario Cubano, en compañía de Máximo Gómez Báez, aunque este último los firmara conjuntamente con él: todo eso lo había redactado solo. Ni lo último escrito por él, fue el 3 de mayo, sino el 19, unas horas antes de caer en combate. No dijo, la susodicha frase, “He vivido en el vientre del monstruo y conozco sus entrañas”, sino “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas…”.
Toda esta sarta de incongruencias, aparecen en unas pocas líneas, en una página del Diccionario de Literatura Española e Hispanoamérica, dirigido por Ricardo Gullón. El firmante, de tales disparates, es el “crítico” y “académico” Ignacio Zuleta. Además, hasta mi admirado y querido Fernando Lázaro Carreter, cae en el error, de dar por obra de bien, este “desinformario”, en vez de diccionario, publicado por Alianza Editorial, para conmemorar, nada más y nada menos, que el “Quinto Centenario del Encuentro de las dos Culturas”.

Quien haya estudiado, en profundidad, la obra de José Martí, no tendrá por qué negarle el derecho de ser el iniciador del Modernismo Latinoamericano, tampoco de ser un poeta de talla singular, futuro y presente y, además, ser uno de los despertadores de los nuevos tiempos, en la América Nuestra y en el mundo.

Toda la modernidad está viva y actuante en su obra: en sus versos, en sus escritos políticos, en su pedagogía; justicia y desarrollo social; ingredientes estos, que tanto necesitan los países de Nuestra América, para realzar y cumplir su segunda independencia.

La intensión de José Enrique Rodó, no era que Próspero se comiera a Calibán o viceversa, sino que se conocieran, se entendieran y caminaran juntos, charlando en una misma lengua, y, como es natural, compartiendo un destino común. Pero en el mundo, para desdicha nuestra, al hombre no le gusta compartir, sino repartir, y esta cuestión, por lo general, engendra conflictos.
Martí, no sólo fue reconocido por sus coetáneos, sino por muchos grandes que él honró y ellos les honraron; porque, “honrar honra”. Incluso hasta sus enemigos llegaron a admirarles. Dedicó gran parte de su energía a la libertad de su patria y trazó un sendero de modernidad e ideas esenciales, para una vez, llegada la hora, Cuba se convirtiera en una Nación próspera y civilizada de hombres libres.

De Martí, sin dudas, tomó Huidobro, (1893-1948), la referencia que daría lugar y sentido al Movimiento Creacionista. La expresión la había formulado José Martí en
1891: “Crear es la palabra de pase de esta generación”. Ahora el envoltorio era otro, pero la sustancia seguía siendo la misma: Crear, crear y crear…

La poética de Martí está colmada de esas esencialidades que para los nuevos tiempos necesitaban el verso, y los pueblos. Lo dijo: “No hay letras, que son expresión, hasta que no haya esencia que expresar”.

En otra parte acotó: “Hombre recogerá quien siembra escuelas”. Y definió en escasas líneas lo que sería el centro del Modernismo Poético Latinoamericano: “Contra el verso retórico y ornado el verso natural”. Su poesía, que además de serlo, va más allá del Modernismo, para anunciarse como cantos de futuro y presente, vive y vivirá, para bien suyo y nuestro, la plenitud y frescura de los tiempos.

Martí, como Darío, de uno y otro lado del Océano, también tuvo su detractores, pero fueron más los que les admiraron y amaron: Adriano Páez, Carlos Martínez Silva, Pablo Neruda, Federico de Onís, Enrique Anderson Imbert, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Ezequiel Martínez Estrada Herminio Almendro, José Lezama Lima entre otros: célebres poetas, pensadores y, sobre todo, los lectores, que compartieron con él, éxitos e infortunios.

Menéndez Pelayo, quien hiciera una crítica desafortunada sobre José María Heredia, el canto del Niágara, en su Antología de Poetas Hispanoamericanos, en 1923, no se dignó siquiera mencionar a Martí, cosa esta, desde mi punto de vista, que en vez de enaltecerle le denigra.

Los grandes hombres, como las grandes ideas, aunque a veces lo parezcan, no son hijos de partos espontáneos. Tampoco necesitan que nadie les defienda, ellos y sus obras, saben hacerlos solos.

Ogsmande Lescayllers.

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