sábado, 31 de enero de 2009

VOCES QUE ESCUCHO FORMA PARTE DEL LIBRO DEL MISMO NOMBRE, DE OGMANDE LESCAYLLERS.




“Voces que escucho es un texto apasionante, vertical y desestructurado. Es un juego con la palabra apoyado por una imaginación portentosa. Es un fresco de la vida, un ejercicio poético al que pocos, salvo algunos iluminados logran construir.
Voces que escucho es un texto mágico, hasta se puede pensar que es un sinsentido, donde están presentes y alertas todos los sentidos, a través de él descubrí la esencia de la poesía, que había sido mi oficio desde siempre.”

Jacque Derrida
París, 23.04.02


VOCES QUE ESCUCHO.

“las generaciones muertas oprimen como
una pesadilla el cerebro de los vivos”.
KARL MARX.


Comienzo este poema evocando los días de mi infancia.
En él canto a la vida, a la luz y a la sombra,
Al tarro de la muerte
Y a las evocaciones del camino.

Estoy a salvo de todos los pecados,
De todos los dolores
Y de los improperios de los hombres.

Estoy libre de mí y de mis actos.
Entro y salgo de la multitud.
Ando las calles, sin detenerme en ninguna parte.
No disimulo que estoy enamorado,
Y mientras más la olvido más la amo.
Unos y otros me miran;
Yo los miro también,
Pero nos distancian los silencios.

El silencio es la primera enmienda
Para no definir ni definirse.
La muchedumbre ladra.
Desconfían los unos de los otros;
Se tuercen el camino, se distancian.
Miro a los lados, para no caerme.
Yo sé quien soy, y me pregunto:
¿Cuántos podrán decir lo mismo?
Algunos quieren que me haga cómplice
De sus miedos y sus rabias.
Que me prostituya como ellos.
Pero yo no hago caso de sus maquinaciones,
De la trampa feroz
Que intentan colocar sobre mis pasos.

Subo y bajo, entro y salgo.
Soy un ser solitario.
Aún no sé, cuando será el final;
No sé cuando el comienzo.
Todavía no he buscado el último versículo,
La última estación,
La última palabra en el discurso.

Mi origen, como todos,
Es tan incierto como nuestras vidas.
Nadie sabe quién es, ni a qué ha venido.
Creemos saberlo todo y no sabemos nada.
Buscas aquí y allá,
Sin saber en qué punto nos hallamos.
El tiempo es esto,
Pero también, puede que no lo sea.
Hay una raya larga que nos marca los rumbos,
Una luz que viene entre las sombras.

Los hombres, inventan artificios.
Construyen naves, parques, cárceles, cementerios,
Ciudades, aeropuertos, palacios, catedrales,
Inmensas avenidas, lagos artificiales,
Leyes para matar, reinar y gobernar,
Y sin embargo, ninguno se conoce.

Un perro y yo, un día nos encontramos.
Él desconfió de mí, y yo de él.
Si el perro hablara,
No sería para el hombre su mejo amigo.

Nadie viene gratis a este mundo.
La desconfianza y la confianza son hermanas.
Gemelas, la virtud y la deshonra.
Todos vamos en pares,
Unos lo saben y otros no, esa es la diferencia.

Juego a solas, con mis pensamientos.
Los hago del tamaño de mis sueños.
Leo en ellos la historia de mis antepasados,
Los coloco debajo de mi almohada.
Después, me voy a cualquier parte.

Nacer es un milagro.
Es el primer milagro.
El último milagro es la muerte.
La muerte perdura más allá de los tiempos.
No hay muerte sin vida o viceversa.
Yo sé lo que te digo.
No pienses que estoy loco.

El tiempo te lo inventaste tú.
Entras y sales de él sin darte cuenta.
Donde me siento,
Están sentados miles como yo.
Ellos viajan conmigo,
Yo con ellos.
Siempre hay unos que van
Y otros que vienen.

La mujer que yo amo,
Tiene miles de hombres que la aman.
Ella me eligió a mí,
Porque andábamos juntos en otro tiempo.
Cuando nos vimos, recordé que era ella;
Ella no se atrevía confesarlo.
Después se echó en mis brazos
Y nos dijimos cosas que parecían nuevas,
Pero el olor del tiempo nos iba delatando poco a poco.

A veces huyes,
Porque piensas que huyendo te liberas,
Pero lo cierto es, que nadie escapa de sí mismo;
Si te liberas hoy, vuelves mañana.

Nací de una partícula invisible.
Ahora estoy a la luz de lo que están conmigo.
Mañana volveré de donde vine.
Nadie hallará mis pasos ni quedará el recuerdo.
Lo que dice la historia, son palabras vacías,
Para que se alimenten aquellos que no saben,
Que ellos también son partes de la historia.

No sé si soy de antes o de ahora,
Eso no lo he preguntado todavía.
Algo hay en mí, que me recuerda los primeros tiempos;
Cuando íbamos juntos, los dioses y los hombres
Y nadie era distinto y nos asistía un mismo sueño.
Sospecho que todo sigue igual,
Pero no comprendemos el mensaje.

La mujer que yo amo, se asusta de ella misma,
Porque piensa que ahora es diferente.
Se pasa el día metida en sus problemas,
Invocando a los dioses;
Llena de sensaciones y de hechizos,
Olvida, que nada es antes ni después,
Y que sólo es posible lo posible.
Así son las trampas de la vida;
Si no hay misterios,
Tampoco habrá verdades ni mentiras.

Observo la raíz y la copa del árbol.
Las salidas y las puestas de sol.
Miro el mar y me sumerjo en sus tranquilas aguas;
Tiendo mis brazos sobre ellas,
Hasta que el mar se vuelve irreverente.

Busco el camino y empiezo a descubrir la soledad,
Entonces me doy cuenta que es todo lo que tengo.

El silencio y la soledad,
Son nuestros compañeros de camino.

¿Por qué buscas el centro?
¿Sabes qué es el centro,
La esquina, las orillas, lo de adentro o afuera,
Lo de arriba o abajo?
La ignorancia nos hace ver visiones.

Cuando cierro los ojos,
Sigo viendo las cosas que había visto.
Los recuerdos a veces me acompañan.
Los números están en mis recuerdos.
El triángulo es el signo de la vida.
La Unidad, la razón y la existencia.
Los pares, son las alas del camino.
Entre un peldaño y otro,
Abren sus puertas las especulaciones.
Los sueños forman parte de esa misma escalera:
Nubes grises y blancas,
Cielos inalcanzables,
Cábalas, sortilegios;
La runa y los espejos,
Más allá, casi tocando fin, el horizonte.

Yo iba con mi padre por los caminos,
Seguíamos las huellas de los caballos,
Pero en la oscuridad a veces se hacen invisibles.
De pronto salía el sol y era tremendamente hermoso
Ver la Aurora boreal como entraba en mis ojos.
Yo me encerraba en un silencio misterioso,
Como si en mí, también amaneciera de repente.

Íbamos más allá de las profundidades,
Mojados de rocío;
En silencio los dos,
Haciéndonos quizás, una misma pregunta.
En el silencio,
Hice sonoros versos que jamás escribí;
Mi padre me miraba y sonreía.
Yo bajaba la vista, porque sentía vergüenza,
Que fuera a adivinar lo que estaba pensando.

Un día mi padre y yo nos despedimos.
Él continuó el camino con los jornales.
Me marché a la universidad.
Estudiaría las leyes y los códigos,
Para evitar que los de arriba,
Les quitaran el pan a los de abajo.

Mi padre sabía que era un soñador;
Que me quedaba absorte, en las mañanas,
Cuando juntos los dos, por el camino,
Nos envolvía el resplandor de la Aurora Boreal.

Sigo viendo las luces de otros tiempos,
Los hombres de otros tiempos,
La cruz y las tijeras.
El gran establo
Donde dejaba por las tardes mi caballo amarillo.

Sigo viendo las nubes que cercenaron mi corazón,
El río donde me zambullía
Y le mordía los pies a la vecina,
Que después fue mi novia.

Sigo viendo a mi padre,
Juntos, los dos, en el camino,
Adivinándonos los pensamientos
Y la Aurora Boreal, enrojeciendo el cielo.

¡Qué fiesta de crepúsculos y auroras,
Para este corazón que apenas comprendía,
El origen más tierno de las cosas!

El día más triste de mi vida,
Fue cuando supe que mi hermano y mi padre
Habían ido a la guerra.
Que hubo veinte mil muertos en el campo batalla.

También mi bisabuelo,
General de tres guerras,
Había usado las armas para expulsar a los colonialistas.

Juré jamás usar un arma.
Quizás por eso me fui a estudiar las leyes,
Para encontrar el modo, de defender a los de abajo.

Vi a los haitianos y a sus hijos,
Entrar bien de mañana al cañaveral
Y regresar casi a la medianoche.
Vi a los isleños de canarias, mugrientos bajo el sol,
Recolectando hojas de tabaco.
Los chinos de Cantón, encorvados y tristes,
Cuidando la hortaliza.
Los jamaiquinos, altos y membrudos,
Mocha en la mano, arrancando las cañas.
Vi al español que iba en alpargatas,
Semidesnudo, a veces, la boca desdentada,
Semiahogado, por el calor del trópico.
Oí como charlaban mis abuelos;
En árabe y francés.
Oí el tambor de los haitianos,
Evocando sus dioses ancestrales.
Los negros congos, mandingas, carabalíes,
Negros de cualquier parte, eso no importa,
Golpeaban sin descanso los tambores Batá;
La noche era un lamento,
Ellos formaban parte de la noche.
Oí la quena del aborigen de Perú,
Que invocaba también la Pachamama.

Vi a los americanos,
Conversar con los jamaicanos en una misma lengua.
Negros y blancos en un abismo de razas y recuerdos.
Vi al perro, al gato y al ratón,
Durmiendo juntos en el mismo granero.
Vi las estrellas y el firmamento
Que parecían una ciudad remota.

Oí mi nombre por primera vez,
Cuando mi bisabuelo de Burdeos,
Les suplicó a mis padres que me nombraran como a él.
Subí de pronto al cielo,
Escuché las canciones de poetas antiguos.
Quedé suspenso sobre las pirámides.
En Jericó lavé mis osamentas,
En Tikal mis recuerdos.
Caminé por la ruta de los mayas,
Invité a Quetzalcoatl a sentarse a mi mesa.
Oí voces lejanas, más allá de los tiempos.
Voces que son ahora,
Sonidos de maracas y tambores.

¿Quién seré yo, que aún sigo danzando en el camino?
Llevo cuarenta años desandando la tierra,
Cantando mi dolor y mis amores.
Amando, solamente amando.
Cuando me canso, me lavo el corazón con agua fresca.
Alimento con música mi cuerpo
Y hago una raya sobre la tierra,
Para que sepan que un día estuve aquí,
Que sigo amando a la misma mujer,
Que conocí una tarde en la calle más larga de París.

Me alimento con hierba de los bosques.
Camino solo, por las ciudades y los campos,
En compañía de los recuerdos.
Uso el teléfono, monto en aviones,
Navego en Internet, leo los diarios,
Me informo de la bolsa en Wall Street;
No me interesa el fútbol ni las carreras de autos,
Las corridas de toros, ni la crónica roja.
Hay demasiados hambrientos en la tierra,
Demasiados parados, para que dos o tres,
Se llenen los bolsillos, pegándoles patadas a un balón;
Y hay otros que no digo, otros que están ahí,
Hablando de justicia y derechos humanos.
Otros que se amotinan y echan su hiel,
En la paciente calma,
De los hombres que sueñan en silencio.

Miro el abismo,
El ancho abismo que separa a los hombres.
Leo en ellos sus culpas y sus miedos,
La intolerancia que les asiste.
Leo en sus rostros la pesadilla de los tiempos,
La sombra que los cubre, la tempestad que les invade.
Leo la muerte que viene y le saluda, los marca,
Los deja ahí, para después llevárselos.

Me invade el don divino de la espera.
La ternura del aire y el surtidor de amor,
Que la brisa echa sobre mí.

Soy amigo del hombre, su mejor compañero.
Guardián de los caminos y los puertos,
Redes del pescador, árbol del bosque.
Sé salir y entrar en la tormenta.
Conozco la dura envestida de sus brazos,
Los mordiscos de sus mandíbulas deformes.

Voy desnudo y libre de artificios.
Broto de los recuerdos, de la nada, del éter,
De los pilares de la luz,
De los pareados del agua y el amor,
Que a veces son espuma o formidables olas.
Broto de mí, es lo que importa.
De todos modos, yo también soy Dios.
Soy el sol y la tierra,
La madre mar y la naturaleza.
Por eso el fuego es mío,
Y cuando ardo en él, nunca me quemo.
Soy tierno y dulce,
Como las flores que liban las abejas.
Soy una abeja; la más pequeña de todas.
Construí mí colmena en medio de los bosques,
Y voy por las alturas zumbando mis canciones,
Endulzando los labios de los enamorados.

¿Qué hace un hombre sentado,
Bebiéndose un cóctel que desconoce?
¿Y ese hueso que roe su propio hueso?
¿De qué manera suelto mi columpio,
Lavo mi estrella y detengo el aire?

Sigo a solas, cantándole a la vida.
Busco altura,
La marea baja, la esquina de los parques.
La desolada soledad del hombre.
Entro en el remolino,
Nos vamos juntos por las anchas sabanas;
Salgo del remolino,
Y me abrazo a una rama que tirita.

Alzo la voz, porque me duele el pecho.
Mi madre está escuchando mis lamentos.
Mi madre se preocupa
Porque no sabe dónde puedo estar.
Mi madre llora por mí todos los días.
Las madres siempre lloran por los hijos.
Los buscan en la sombra y en la luz;
No se fían de nadie,
Porque sólo ellas saben lo que es Amor.

Yo conozco el amor,
El necesario amor que alienta al hombre.
Vivo dentro de él todos los días;
Dormimos juntos para confesarnos nuestras penas,
Para darnos calor uno y el otro;
Para que no nos maten.
Así es la espiga.
La blanca espiga.
La espiga de todos los colores.
De ahí venimos,
De los brotes que el tiempo pone bajo la lluvia.
La lluvia hace grande la cosecha.
La mies soy yo, y tú también lo eres.
Y tú, yo y la mies, somos una sola cosa.
Lo importante es saber y comprender.
No irse por las ramas, ni perderse en el fondo.
Vayas a donde vayas,
O estés a donde estés, tu final será el mismo;
Creas o no en los designios.

Mi madre me contempla a través de sus sueños.
Me llena de caricias,
Inventa todas las fórmulas del mundo para hacerme feliz.
Mi madre es mi guardián,
Que reza y pide a Dios que me acompañe.
Mi madre y yo, somos los artesanos de esta melancolía,
Que llena de canciones mi corazón y hace pifar los vientos,
Y los jardines y los pájaros anidan en mi pecho,
Y juntos todos, desde lo más profundo, cantamos a la vida.

Lo sé, todo lo sé, acerca de la vida y de la muerte.
Nada las diferencia, sólo el tiempo;
Cuando una es, la otra ya no es.

El latido es eterno y ebullente,
Está en el tiempo,
Más allá de todas las cosas permisibles.
Es la raíz quien arde, la que nos da sustento.
Las manos que se cruzan,
La yema del dedo que acaricias
Y dices: aquí estoy yo, pasión desenfrenada,
Cárcel mía, sólo un diluvio nos alejaría.

Frecuento esos lugares de la pasión que quema.
Del amor que atormenta, sin curas ni remedios;
Porque el amor no es una enfermedad, sino una dicha.
¡Dichosos los que aman,
Los que odian y se atormentan por amor!
Desdicha grande es no saber amar;
No dolerse así mismo,
Ni comprender la candidez de un beso.
El inmenso poema que envuelve el misterio de un, te quiero.
Y el bien que le hace al alma,
No confundir las luces y las sombras.

Todo está en ti y en mí, esperando la hora,
Dibujando el sendero;
Manando desde la eternidad,
Para la Eternidad que nos sustenta.
Configuro los viejos anaqueles en los que fui guardado.
Sé que otros vendrán a cantarle al amor y a festejar conmigo.
Sé que ya están aquí, absortos,
Como yo, sin comprender,
Por qué se ha formado este jolgorio.
Pero ellos vinieron a cantar y a celebrar el día;
El día del Hombre, que es el día del Amor:
Donde altos y bajos, amos y esclavos,
Ricos y pobres,
Culpables e inocentes,
Ignorantes y sabios.
Los potentados y los no potentados,
Los vivos y los muertos,
Los de antes y ahora,
Los que vendrán y los que ya se fueron,
Los negros y los blancos,
Los amarillos y los rojos;
Los que odian, los mismos que se odian.
Los que se aman, los que siempre aman…
En la columna,
El mismo signo con su inscripción eterna,
Desde la Eternidad; para la eternidad;
Alfa y Omega,
Bajo la luz del sol, o en cualquier parte,
Son los afluentes los que van predicando.
El río entra a la mar, mezclan sus aguas,
Sin decir esta es tuya y esa es mía.
La obra, está en nuestras manos.
Acepta la Verdad, que es una sola.
Záfate los apegos y los miedos;
Aunque te dejen solo para siempre,
En medio del Camino.
Ogsmande Lescayllers.

2 comentarios:

Ele Bergón dijo...

Tus poemas son bellos, largos, densos...Necesito leerlo en papel o oírtelos recitar a ti.

Un abrazo.

Luz

Ogsmande Lescayllers dijo...

Gracias, mi querida Luz, tú siempre tan generosa. No olvides que lo mío son las sinfonías, una vez me instalo frente al pentagrama de la existencia el cosmos habla por mí y yo le escucho. Un quiero. Mandy.