viernes, 18 de diciembre de 2009

TEXTO DE LA CONFERENCIA DEL DR. OGSMANDE LESCAYLLERS PARA EL CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE JERUSALÉN CAPITAL CULTURAL DE LA HUMANIDAD.



VISIÓN POÉTICA DE JERUSALÉN, AL-QUDS, LA
CAPITAL PALESTINA,


El dolor, mi dolor, mis sensaciones y emociones por esta ciudad y por su gente, emerge en mi poesía, porque mis versos, como las aguas de los manantiales que bajan por las laderas del Ofel hasta Guijón, son también un himno de vida y esperanza.

Jerusalén no es sólo una ciudad, sino un símbolo. Un símbolo que por su polisemia, por sus implicaciones semánticas y ortológicas está más allá de algo que es, para convertirse en un algo intemporal que se ubica entre la realidad, la ficción, la mística y el mito. Semiológicamente Jerusalén, ya no sólo por la acción sígnica que representa escapa a todo compromiso material concreto, para integrarse en el mundo de lo sueños, de ahí que, sólo con mencionarla, ya estamos envueltos en una infinita red de intencionalidad a la que sólo se puede llegar a través de la poesía.

Cuna de profetas, reyes, poetas y patriarcas, Jerusalén ha sido siempre y lo seguirá siendo, a pesar de los dioses, cuna y casa del hombre. Una ciudad de ciudadanos, donde se han mezclados infinidad de razas, credos religiosos, filosóficos, exégesis históricas, usureros y banqueros, luces y sombras, como ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en todo sitio de renombre, habitado por seres humanos.

La grandeza de la ciudad de Jerusalén estriba en Jerusalén misma. No importa ya quiénes hayan sido el grupo o colectividad humana que haya vivido en ella. Unos la han magnificado, enriquecido, ilustrado y fortalecido; otros la han hundido en el más terrible de los fracasos y en el más oscuro de los oprobios: crímenes y bajezas humanas. Pero ante todo, el nombre de Jerusalén sigue enhiesto, levantando pasiones por todos los rincones de la tierra.

Cuando aún el sol de Oriente no calentaba tanto, ni las arenas del desierto se movían tan ágilmente sobre los valles y montañas de esa región del mundo, por allí iban los beduinos con sus sueños acuestas. Cuando hizo falta descansar para reponer las fuerzas, a los pies de la montaña de Sión, se encendieron las primeras antorchas para festejar alguna Saturnalia, candelaria u otro evento de la naturaleza, en las que los antiguos veían y sentía la mano y la inteligencia de los dioses.

Unos antes y otros después, en fin, entonces no existían las fronteras y los caminos y los campos eran de todos: el hombre era hermano del hombre. El hijo era hijo del padre y los lobos, que merodeaban por allí, ante semejante fuerza, no se atrevían atacar a los humanos.

Las eras, como todos sabemos, no son tiempos muertos, son espacios de vida que nos ilustran los períodos, entre uno y otro ciclo de la existencia, donde de algún modo, el hombre va dejando su impronta.

Creo que es oportuno señalar, que no todas las religiones son de inspiración divina. Y que por esa misma razón se han cometido y se comenten tantos crímenes e injusticias evocando el nombre de Dios. La fe que es el alambre que une o ata los credos más hermosos alimentados por la imaginación humana, nace de los más profundo, humilde y amoroso que puede originar el ser. Este ser imbuido en su fe, jamás hará daños a nadie y, por lo contrario intentará, lejos de toda conquista o espíritu de pertenencia, dar paz y cobijo al hombre, tenga o no una religión, porque el primer deber es el hombre.

En este espacio cierto, pero de nadie, brotó Jerusalén, para las sucesivas oleadas de pueblos, comunidades y naciones que la fueron habitando a lo largo de la historia.

Por la general, cuando consultamos los múltiples y disímiles libros u otros textos de historia o leyendas sobre Jerusalén, nos encontramos con el mismo dilema, la falta de imparcialidad y de objetividad con la que los historiadores, salmistas, o fabuladores han tratado este asunto. De ahí que, yo, que no soy historiador, ni fabulador, sino un poeta gobernado, hasta cierto punto por el libre albedrío, me uniré a los profetas, en el mejor sentido de la palabra, para exponer, con y, desde la poesía mi basa de amor y de ternura hacia ese pedacito de tierra del planeta, que algunos consideran la casa de Dios, Tierra Santa, Puerta del cielo o Ciudad Eterna.

Les voy a trasmitir mis emociones, mis sensaciones y mi dolor, porque como ser humano, vivo y actuante, que hoy se enfrenta libremente a las miserias humanas que nos envuelven, a mí también “me duele el mundo”.

A veces me pregunto: que por qué habiendo en los salmos, en las canciones, en los cantares, en la leyenda y en la historia, tonto bíblicas, prebíblicas, talmúdicas, coránicas, torácicas y en una diversidad de textos de los más variopintos, tan extraordinarias enseñanzas, sobre el amor, la paz y la justicia etc. Cómo es posible que a estas alturas del siglo XXI, todavía hayan hombres que se hagan la guerra, que maten y destruyan, que destierren y exterminen a un pueblo o a un hombre, porque tenga otro modo de pensar y ver la vida, o de actuar ante la vida sin hacerle daño a nadie. El primer compromiso del hombre es la vida. Y vida es amor y, antes los ojos de Dios, todos somos iguales, y del mismo modo que todos tenemos la muerte, también de todos es la vida, y nadie, absolutamente nadie, tiene el derecho de mancillar al otro.

¿Poesía, verdad? Pueden pensar algunos, sobre todo, esos que sólo les importa el dinero y ejercer el poder sobre los demás a todas costas, sin importarles sin van al cielo o al infierno. Piensan y creen que han sido el pueblo elegido y que ese legado, quizás un poco materialista y egoísta de la leyenda, es parte de eso que hay que conquistar sin importarles a quien ni a cuantos haya que llevarse por delante.

Los símbolos de la zarza ardiendo, o las tablas de la ley que fueron dadas a Moisés, el tabernáculo y la Tierra Prometida, no hacían a nadie propietario de nada. Y si algo hubiera que buscar, para refrescarnos la memoria, debíamos irnos hasta la Península del Sinaí, donde posiblemente esté el origen del pueblo israelí, fungiendo siempre como colonos y nunca como dueños de nada; porque prometer no es dar. Pero dado el caso que así fuera, a qué viene ahora ese reclamo, si como nos dice el novelita peruano, Ciro Alegría, “el mundo es ancho y ajeno”. ¿Acaso es tan supina la ignorancia de los colonos judíos que ahora vienen tomando territorios a sangre y fuego, y piensan que su destino o el de Jerusalén está cifrado sempiternamente en las Santas Escritura?

A lo largo de la historia y de los tiempos los palestinos, hombres nobles y laboriosos, siempre han permanecido ahí. Allí han visto nacer y morir a los suyos. Han soportado la opresión y la tiranía de otros pueblos intrusos e invasores. Han sobrevivido al intento de cambiar sus costumbres y destruir su cultura. Como están poseídos por esa tierra, Palestina, allí nacen y mueren y no emigran ni organizan un éxodo más que les que imponen los mercenarios que toman sus tierras y usurpan sus derechos.

Palestina es la madre de Jerusalén. En un estado natural, la hija no puede ser más poderosa ni más importante que la madre, pues, sólo la hija reinará cuando la madre deje de hacerlo. Y, si una madre siempre ha sido fiel al mandato o a la demanda de los suyos, la hija debe guardar respeto por la madre que la amamantó y le dio cuerpo, para que el mundo sepa que nos es bueno ni de hombre honrado, romper los pactos con la naturaleza.

Cuando los israelitas llegaron a Jerusalén ya existía el nombre, si como ellos piensan dios los había guiado hasta allí para instaurar su reino, en nombre de ese díos debían crear un hogar de paz para todos los seres humanos, pero nunca ha sido así. Los cortos períodos de paz que se han vivido en esa tierra ha sido cuando los judíos han estado en minorías y el resto ha permanecido errante en el exilio.

Como todos sabemos, en Palestina han convivido en paz, civilizadamente, árabes, judíos, jebuseos, sirios, macabeos, coptos, cananeos, cristianos, ortodoxos etc. Y, para bien o para mal, jamás dios se ha lamentado por ello.

Los que han querido conservar la Ley mosaica, la religión judía y las costumbres que según las escrituras son propias del pueblo de Israel, donde quiera que han ido, en lo social, por lo general han fracasado, sencillamente porque se han aislado ellos mismos, sobre todo, cuando han querido imponer su voluntad a otros.

Hoy el mundo ha cambiado. Los israelíes lo saben. Pero parece que no les ha servido de nada las lecciones de la historia y las duras experiencias que les ha tocado vivir en épocas sucesivas. Nada de eso los hace desistir de su arrogancia y de unos ideales que no se sostienen a la luz de la verdad y de la ciencia.

No se entiende cómo es posible que los israelíes odien a los árabes, cuando posiblemente los árabes, los palestinos, ese pueblo al que intentan borrar de la faz de la tierra por medio del genocidio, hayan siendo sus verdaderos salvadores, su defensores más inmediatos.

Tres religiones monoteístas allí se dan la mano. Desde el dios Baal de Ugarit, hasta los profetas, reyes y patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, David, Salomón, etc., durante los tiempos bíblicos, o Jesucristo y Mahoma, las luces del cielo vinieron para poner sus rayos de amor y paz sobre el cielo de Jerusalén, que no en el suelo, porque allí nunca ha dejado de correr la sangre. Quizás algunos iluminados quieran interpretar que ese es el tributo o la ofrenda que reclama Yahveh a su pueblo elegido.

Hoy es el Sionismo, que no es una religión ni una filosofía, sino una ideología racista, de corte neofascista y de origen occidental, que ha sido aderezada con lo peores ingredientes del colonialismo, el fascismo, el imperialismo y el neocolonialismo, ideado e instrumentalizado para apropiarse de la “Casa de Dios, de la Ciudad Santa o de la Puerta del cielo y todo lo que encuentren en su alredor.

De todos modos, fuere como fuere, la humanidad no puede permitir, bajo ningún concepto, semejante afrenta contra los verdaderos ciudadanos de la ciudad de Jerusalén: el pueblo palestino. Ella es su capital y la de todos los hombres de buena voluntad que, vengan de donde vengan, siempre y cuando lo hagan en son de paz y de concordia, allí tendrán, como fue en el pasado, casa y cobijo, porque según las Sagradas Escrituras, Dios no desampara ni desamparará, bajo ningún concepto a ningunos de sus hijos que, por antonomasia, somos todos los hombres de la tierra.

Desde hace mucho tiempo lo vengo repitiendo: será hermoso que un día podamos construir y vivir en un mundo global; un mundo con todos y para todos. Lo que no es justo ni se justifica es vivir en un mundo globalizado, donde los poderosos de siempre elijan y dirijan tu modo de vivir, tu libertad de pensamiento, la eticidad de tu gente, ni las maneras y modos que cada pueblo tiene de construir, intuir y hacer sus cosas. De igual modo, digo y me reitero que no existe ni existirá jamás, una lucha de civilizaciones; los civilizados no pelan, no se agreden, no destierran ni separan a nadie, no masacran ni discriminan. El hombre civilizado se busca, dialoga, se educa, sale en pos de la igual y la libertad en defensa del otro sea o no hijo de su misma casa, pueblo o nación. El hombre civilizado es altruista, que como nos indica la expresión es un hombre civil con indiscutibles valores morales y humanos, alguien así jamás pelea, sencillamente ama, construye y lega todo lo mejor que haya en él en pos del triunfo de la humanidad toda.

Lo cierto es que hay una lucha encarnizada de incivilizados contra civilizados. De fuertes contra los débiles. De fanáticos irreligiosos contra los verdaderos religiosos. De ignorantes contra letrados; como siempre, los fantasmas del averno intentando destruir el sol. Como siempre, los apocalipsistas imaginando el día que aparezcan de nuevo los dioses Yam_Nahar, o Mot., para hundir a todos aquellos que claman por justicia en el Hades donde Baal fue hecho prisionero, para instaurar los dioses nuevos, de la nueva alianza, que apuran y disparan sus mortíferas armas, contra todos aquellos que constituyan paz, justicia, amor y libertad.

Sobre esos hervores de la vida y esos batientes de la realidades que vivimos salen ungidos mis versos para Jerusalén, animados por la intemporalidad de la palabra anhelosa de que todos construyamos puentes o partículas de unión capaces de sellar en un mismo haz, a judíos y palestinos, al templo, la sinagoga, la mezquita y la iglesia; a la verdad y la ficción, las luces y las sombras, la fe y la confianza, a sabiendas, que los dioses no pelean; si han venido al mundo es para darnos vida, curar enfermedades y salvarnos del miedo y de los odios, y para exigirnos a todos por igual, que nuestro deber y obligación antes de ir a la guerra para empujar a alguien hacia la muerte o el destierro, es “amar al prójimo como a uno mismo”; el verso no puede ser más exacto ni la demanda más justa, porque lo que nos proponen las leyes divinas y la de los hombres, es caminar juntos, por los siglos de los siglos hasta el fin de los días, cuando otras luces vengan a clarificar los cielos de nuestras memorias, en la Casa de Dios, en Jerusalén Capital de Palestina, o allí donde estemos cantando las alabanzas de los tiempos o el despertar sin tiempo de la humanidad.

AL-QUDS.

Ella en el aire:
hiberna,
flota,
vive.

Ella,
la sempiterna,
a pie juntillas.

Ella,
vida enjaulada,
pájaro del desierto,
piel del bosque.
corazón palestino desangrado;
Al-Quds, bailando al sol
la danza de los árabes.

Al-Quds
la desterrada,
la prohibida,
la niña celestial de Dios y el hombre.

Jerusalén,
aquí,
míranos bien.
Me llego ahora
porque ya estuve antes
cuando la luz aún era pequeña
y el camino una huella en las arenas.

Al-Quds,
motéanos la frente
que el viento del desierto nos golpea
y las aguas del bien caminan lentas.

Jerusalén,
Despégate.
No hagas de mí un cadáver.
Que nadie te convierta en una morgue.
No hagas de mí una lápida,
ni permitas,
que te conviertan en sepulturera.

Allí florece un sol;
aquí una estrella,
la luna está mirándote indecisa,
ella es, un poco de este sueño
que viene a alimentar tu sed de madre.

Al-Quds,
conciencia Palestina en el naciente:
Moisés,
David,
Abraham
bebieron de Guijón aguas benditas.
Contemplaron a Ofel
y levantaron puertas,
hasta hacer un enorme tabernáculo.
Antes habían llegado
los hijos de Canaán,
los yabusies,
y otros pueblos,
que trajeron sus dioses y costumbres.

Palestina, la madre,
te amamantó Al-Quds,
te puso los pañales de la infancia
hasta que vino el Ángel,
a protegerte del frío de la noche
y la maldición de los judíos.

Cristo pasó llorando por aquí.
Subió llorando al monte
y bajó maniatado.
Y luego con la cruz,
subió hasta el Gólgota,
donde sin más, fue crucificado.
Los judíos hasta hoy,
según Josefo,
jamás reconocieron sus milagros.
Según la vida,
el Mesías sigue vivo
y los judíos calados por la muerte.

Al-Quds
tú no eres el ojo de Israel.
Eres la espiga de los labradores,
la voz del campesino y la sonrisa
de los niños de Gaza y de Ramalah
las palabras de Omar,
el son del viento.
La mujer hecha miel,
la rosa eterna;
las enseñanzas que nos legó el Profeta,
con las que juega la brisa del desierto.

Al-Quds
novia de Dios y de los dioses.
No te quedes ahí,
sigue tejiendo, amada,
para los esponsales con tu pueblo.

Si los sionistas vienen y disparan,
dispárales con dátiles, desde los minaretes,
con las cenizas de tus hijos muertos,
con el tejido de tus sentimientos,
o con los aquelarres de tus sueños.

Jerusalén,
Al-Quds;
capital Palestina;
Casa de Dios,
del hombre,
y de todos los pueblos del planeta.





















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